José Antonio Rey

Novelas de José Antonio Rey en Ediciones Irreverentes

Monday, October 30, 2006

Primeras páginas de Un Instituto con vistas


El cuarto olía a moho, el típico olor a rancio de los habitáculos que no han visto la luz en bastante tiempo: dos meses sin descorrer las cortinas, dos meses sin pasar el paño por el escritorio, dos meses cerrado a cal y canto.
Sinforoso Pez Espada entró en su despacho con la misma animosidad que intentaba disimular, sin resultado positivo, todos los primeros de septiembre. Sólo de pensar en los preparativos que había que llevar a cabo para que aquel leviatán de hormigón y mentes torvas comenzara a funcionar a pleno rendimiento, le provocaban una desazón difícil de ocultar. Sinforoso estaba cansado de ejercer su oficio de director, cansado de aguantar las pretenciosas demandas del personal docente y la antipatía del no docente, las impertinencias de los alumnos y las insolencias de sus padres… Eso sin contar las ridículas exigencias de una administración atestada políticos hipócritas y con pocas miras, casi todos neófitos politicastros incorporados al carro del arribismo más rastrero. Sinforoso era un hombre práctico y derrotado, sin más vocación que coger la jubilación anticipada cuanto antes y tirarse a la bartola lo que le quedaba de existencia, a ser posible sin hijos ni nietos a su alrededor dispuestos a robarle la voluntad al tiempo que la cartera.
Faltaba aire. Sinforoso abrió con cautela la ventana que se hallaba justo detrás de su sillón giratorio de respaldo reclinable (el último grito en sillones de alcurnia), y después echó una mirada rápida al despacho, intentando contener la náusea, que, de forma inesperada, le subía sin remisión por el esófago, amenazando con vomitar el desayuno que se había engullido media hora antes. Tomó asiento en el sillón, y, después de acodarse sobre el escritorio que tanta aversión le producía, su avezado olfato volvió a percibir un olor un tanto raro..., un olor sui generis que no le era en absoluto desconocido..., un olor ingrato..., desagradable..., diríase que peculiar... Casi instantáneamente la nausea volvió a apoderarse de su cuerpo, zarandeado por la estertórea y amenazante arcada, a punto de desembuchar los alimentos recién digeridos en el copioso desayuno.
¡EXCREMENTO HUMANO!
Con la cautela propia de los cargos directivos, Sinforoso proyectó nuevamente su nariz hacia el espacio, indagando en la naturaleza del hedor. No había duda alguna:
¡OLÍA A MIERDA!
Su instinto sagaz y detectivesco lo llevó en décimas de segundo al lugar del cual procedía el tufo. Raudo abrió uno de los cajones de su escritorio, para más señas el primero empezando a contar desde arriba, justo a mano derecha. Y allí descubrió atónito el pastel: un mojón de tamaño nada desdeñable, cuya textura y consistencia parecían advertir que la evacuación se había producido hacía escasos minutos.
¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGG!
-¡ALEJANDRINAAAAAAAAAAAAAAAAA!
Alejandrina apareció veloz como el rayo, atusándose, mal como pudo, las guedejas, mientras abotonaba el botón de la camisa, que dejaba entrever de forma un tanto impúdica sus nada despreciables vergüenzas.
-¿Deseaba algo, don Sinforoso?
El director la miró con gesto compungido, o acaso desencajado o resignado o contrito… Sin lugar a dudas, un rostro cabreado.
-¿No percibe usted un olor extraño, Alejandrina?
-Alejandrina proyectó su apéndice nasal hacia el éter...
-Puessssssssss... no sé qué decirle, don Sinforoso... Tal vez..., tal vez huela..., tal vez huela a…
-¡Síííííííííííííííííííííí, Alejandrina, tal vez huela a…!
-Tal vez huela a… ¿a excremento, don Sinforoso?
-Efectivamente, Alejandrina, mi despacho huele a excremento. ¿Y sabe usted por qué huele excremento?
Alejandrina se encogió de hombros esperando la contestación pertinente.
-Mi despacho huele a excremento, porque un miserable se ha cagado en uno de los cajones de mi escritorio. ¿Qué le parece, querida?
Alejandrina se volvió a encoger de hombros sin sacar ojo a la ignominiosa deposición. En su cara había un rictus que deambulaba entre la incredulidad y la inocencia. ¡Desde luego, ella no había sido la autora material de semejante despropósito!
En todo caso, de lo que no había la menor duda era que el curso había empezado para Sinforoso, director del I.E.S. Vista Alegre, y que el comienzo no preludiaba nada bueno. Primer día y primera infamia. Nuevamente la imagen del psicólogo y la baja por depresión revoloteaban por su mente. Y no era para menos.


El resto de este salvaje e incalificable texto está en el libro. Pronto en las mejores librerías
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